Las Farc asesinaron a su abuelo paterno y desplazó a sus abuelos maternos. Su padre fue desaparecido y luego asesinado por paramilitares. Hoy estudia sociología con el objetivo de entender lo que pasa en Colombia.
Desde antes de nacer Juver Andrés Grisales Ramírez es víctima del conflicto armado.
Primero fue el asesinato de su abuelo paterno, Bernardo Grisales, a mediados de los 90, cuando las Farc lo acusaron de colaborarles a los paramilitares. Después, en marzo del 2002, sus abuelos maternos (Alirio Ramírez y Blanca Cardona) huyeron de su finca amenazados por la guerrilla, y más tarde, el 27 de octubre de ese mismo año, cuando apenas tenía 4 años de edad, paramilitares de Ramón Isaza desaparecieron a su papá, Juver Grisales López, y luego lo asesinaron.
Ese día, junto a Luz Marina Ramírez, su mamá, que tenía cuatro meses de embarazo de su hermano menor, Julián Estiven, y al lado de su hermana, Liset Carolina, cuatro años mayor que él, el pequeño Juver Andrés tuvo que aceptar que nunca más volvería a ver a su padre, con quien jugaba cuando regresaba de su trabajo de conductor de bus escalera por las tierras de Samaná (Caldas).
Hoy, a cinco meses de llegar a la mayoría de edad, Juver Andrés es estudiante de segundo semestre de Sociología en la Universidad de Caldas, en Manizales, carrera con la que busca entender las razones que llevaron a Colombia al conflicto armado que llenó de sangre zonas como el oriente de Caldas, donde su familia sufrió con todos los actores de la guerra.
Juver Andrés es un joven delgado y trigueño, que habla con la propiedad de un adulto bien formado. Pese a todo lo que le ha pasado, el muchacho asegura con entereza: “Hay que perdonar, el recuerdo siempre queda pegado a la esencia de uno, pero si yo hago lo mismo que me hicieron, ¿para dónde voy?… ¿Si sigo con esta cadena, hasta dónde nos lleva?”.
Los motivos de su actual dedicación a la sociología tiene raíces profundas: “Mi vida la he pasado tratando de entender esto que llaman guerra. La carrera me va a ayudar a tratar de prevenirla y contribuir en algo a que mis hijos y los hijos de los demás no tengan que vivir lo que yo viví, y lo que muchos otros vivieron”.
Hace un corto silencio y añade con voz decidida: “Estoy tratando de construirme un camino alejado de la guerra”.
Por eso se alegra cuando regresa un fin de semana a su pueblo, como en los pasados festivales de los palenques. “Ahora hay paz, hay un clima diferente, empiezan a resurgir los cafetales y la gente está retornando a la zonas rurales”.
La región llegó a tener 82 homicidios por cada 100 mil habitantes. Ahora pasan hasta casi dos años en algún municipio sin asesinatos. Víctimas creen que falta mucho trabajo psicosocial con ellas y con los victimarios.
La búsqueda continúa
El abuelo fue asesinado al frente de su familia y en su propia casa, en la vereda Guadualejos de Samaná, en límites con Norcasia. Juver Andrés no alcanzó a conocerlo, pero sí la historia, cuando quiso saber qué le había pasado a su papá.
Don Alirio Ramírez y doña Blanca Cardona salvaron sus vidas luego de que huyeron de la vereda Santa Rita, de Samaná, cuando el frente 47 de las Farc, comandado por alias Karina, les fijó un plazo para irse. Buscaron refugio en el casco urbano del pueblo, en la casa en la que vivía su hija, Luz Marina, con Juver padre. En ese tiempo Juver Andrés tenía 3 años.
Fueron tiempos de permanente zozobra, tanto guerrilleros como paramilitares se paseaban por las veredas causando muertes todos los días, y hasta en el casco urbano eran frecuentes los tiroteos. Era normal que a Juver Andrés y su familia les tocara saltar en las noches a meterse debajo de las camas, para salvarse de las balas.

Su papá madrugaba todos los días a transportar en el bus a campesinos por los distintos sectores del corregimiento de Encimadas, donde operaba el comando principal de las Farc. Esa razón llevó a los paramilitares a señalarlo de colaborar con la guerrilla, y ese 27 de octubre del 2002 lo obligaron a viajar hasta La Pradera, corregimiento del vecino municipio de Victoria, donde ellos tenían su centro de mando, para juzgarlo.
Desde ese momento Luz Marina emprendió una búsqueda incesante, que aún no termina. Hoy se sabe que tanto su esposo como Fáber Ocampo, el ayudante, fueron amarrados por horas en un quiosco del caserío, y luego de torturarlos los subieron a una volqueta y se los llevaron a un paraje desconocido, donde fueron asesinados y enterrados al día siguiente. Juver Andrés y su mamá todavía no han encontrado el cadáver, pese a que varias veces han ido con pica y pala en su búsqueda, guiados por testimonios de habitantes de La Pradera.
Alejandro Manzano, alias Chaqui, los mandó matar. Así se lo reconoció el paramilitar a doña Luz Marina, durante una audiencia, en la que también pidió perdón por su crimen. De acuerdo con Manzano tres hombres participaron en el asesinato, de los que solo sobrevive Alejandro Godoy, con el que Luz Marina piensa encontrarse pronto, durante una audiencia de Justicia y Paz.
Esa vez Manzano le dio algunas indicaciones sobre el posible lugar en el que estaría enterrado su esposo, pero ella misma y Juver Andrés terminaron desenterrando a otras dos personas, un carnicero y su hijo, quienes desaparecieron de Samaná por esa misma época.
Se cree que Juver padre está enterrado en un potrero que hoy está sembrado de cacao y aguacate, en las afueras de La Pradera. Su búsqueda sigue, aunque no con las mismas fuerzas. “Hemos parado por un tiempo, pero sigo en la lucha, hasta encontrar a mi esposo”, dice Luz Marina.
Constructor de paz
“Pensar que todos tienen papá y yo no…, eso es duro”, dice Juver Andrés con una sonrisa amarga, como compadeciéndose. En su mente sobreviven imágenes borrosas de juegos con su padre, y otras en las que lo acompaña en un recorrido en el bus. Hoy conserva en su celular las dos únicas imágenes que quedan de él: una foto en la que carga a su hermana mayor y otra que su mamá reconstruyó pegando pedacitos.
La dureza de saber que su papá no volvería lo llevó a asumir, siendo un niño, la figura del hombre de la casa. A los 8 años trabajaba en carnicerías y tiendas para ganar algún dinero y ayudar a su mamá. Al mismo tiempo estudiaba y le iba tan bien, que siempre se destacó entre los mejores del colegio.
Para sostener a sus hijos y lograr que se educaran, Luz Marina no tuvo más opción que dedicarse a trabajar en casas de familia en el pueblo.
Pensar en las dificultades de todos estos años hace que a Juver Andrés lo invada la melancolía. «Las lágrimas salen, uno se siente vacío, pero después vuelvo y empiezo, con más cabeza fría”.
Levanta la mirada y expresa con cara de preocupación: “Yo nací en guerra y no pienso morir en guerra, pero sí voy a convivir con una Colombia que no está acostumbrada a la paz, y enseñar paz a quien no la ha sentido es difícil”.
Cree que los victimarios también se dieron cuenta de que así tengan en su corazón la gana de hacer la guerra, los colombianos ya quieren acabar con ella. Alza la voz y exclama: “¡A las patadas comprendimos que la guerra no paga!”.
En organizaciones de víctimas como Renacer, en la que participa su mamá, se analiza que el país está saliendo del hueco en el que estaba, y aunque siempre habrá quienes quieran actuar con violencia, se debe persistir en que la guerra no tiene sentido. “Las personas creyentes en Dios, como yo, sabemos que él hará justicia. Con tal de que haya paz en nuestro vivir, que pase cualquier cosa”, dice el joven.
Sin embargo, al pensar en alias Karina, expresa que haberla convertido en gestora de paz hace pensar que el mal paga, que el terrorismo paga, que ser una persona mala paga. «El Estado nos quiere enseñar que hagamos la paz, pero premia a los que hacen la guerra. Está bien que no sufran la pena de muerte o la prisión perpetua, pero sí que vayan a prisión, que no tengan los mismos beneficios de la persona libre”.
Hace una pausa y reflexiona, al recordar el caso de quien mandó matar a su papá, y habla de él casi con lástima: “Supe un día que Chaqui se metió al paramilitarismo porque al papá de él lo mató la guerrilla, todo por una simple venganza, y cuánto dolor ha causado… Por eso pienso que matar a otra persona, así sea culpable ¿en qué alivia? Antes incrementa la pena. Eso es algo que lógicamente no cabe en mi cabeza”.
Luego se imagina encontrándose con Ramón Isaza, el jefe de las Autodefensas del Magdalena Medio, a quien considera el autor “ideológico” del crimen de su papá, y señala que sería reconfortante que él lo llamara y le dijera: “Chino, pues perdóneme… yo sé que la embarré”. Así fueran unas simples disculpas cree que eso lo llenaría mucho, pero su interés hoy es académico: “Quisiera preguntarle, para mi conocimiento, qué lo incentivó a hacer todo lo que hizo, y si se arrepiente realmente de esos daños”.
Aunque las vidas de Juver Andrés y su familia quedaron hechas pedazos, con la misma paciencia con la que Luz Marina reconstruyó la foto de su esposo hoy se empeñan en rehacer sus vidas. Por eso, el joven afirma: “Quisiera que algún día me recuerden no como un victimario sino como un constructor de paz… el odio no habita en mí”.
Dato
Juver Andrés es consejero de juventud en Samaná, donde desarrolla un trabajo de la mano con la Alcaldía, y para ello le roba pocos espacios a sus estudios en Manizales. “La sociología es una carrera para una persona que ha vivido lo que a mí me ha tocado”, dice.
Dato
Aunque reconoce que el dolor por sus pérdidas sigue vivo, afirma: “La enseñanza de mi mamá es que el rencor no sirve para nada, yo lo aprendí a comprender, ¿para qué combatir fuego con fuego si no vamos a sacar nada?”.